La fecha del festejo anual hizo de nuevo su aparición. Qué diferente es ahora su llegada, comparándola con los felices tiempos de tu infancia que, por su despreocupación, siempre consideras los mejores de tu vida. Antes esperabas emocionada esta fecha, ahora lo que quisieras es omitirla para siempre. Hoy no habrá pastel con velitas, pues por medio de argumentos dignos de la peor película de acción, y excusas que pareciste haber extraído de la chistera de un mago fracasado, mandaste diplomáticamente al cuerno a todas tus amistades y conocidos. Esta noche, por iniciativa propia, no habrá celebración de cumpleaños para ti.
Quizá si contaras con una pareja permanente tu humor sería distinto… pero el caso es que hasta el momento ningún ‘caballero’ ha querido asumir tal compromiso. ¿Acaso es realmente imposible encontrar un hombre correcto en el mundo?, por lo menos la respuesta que das, basada en tu propia experiencia, resulta afirmativa. Lo peor no es que tu paciencia se esté acabando, sino que tu reloj biológico está a punto de detonar la bomba del embarazo riesgoso, y de ahí al embarazo imposible sólo hay un paso.
Para colmo de males, sabes bien que tu piel ya no se ‘recupera’ tan rápidamente como antaño y que con las tendencias estéticas obligadas que pronto adoptará tu figura deberás renunciar a ciertos caprichos de la moda que solías seguir con religiosa fe. ¿Cuánto tardarán en aparecer esas temidas manchas en los dorsos de tus manos? Esas como pecas que tanto tu abuela como tu madre tuvieron cuando entraron de lleno al otoño de sus vidas. Ellas por lo menos contaron con hijos que las distrajeran un poco y no se concentraran en la conciencia de sus propias decadencias. Pero tú…
De repente sientes que es un tanto ingrato quejarte, pues puede decirse, sin engaño alguno, que eres una mujer exitosa. Solitaria, sí, pero exitosa. ¿Habrá sido así la vida de la reina de Saba?… ¡No!, acuérdate que el mismo Salomón anduvo perdido tras ella, y ese rey no es conocido precisamente por haber sido un idiota, ¿verdad? Así que la reina de Saba tuvo sin duda mucha suerte (o por lo menos más que tú).
¿Cómo podrás olvidar la fecha de hoy?, enterrarla lejos del alcance de tu memoria. ¿Cómo puedes ignorar que hoy cumples otro año más? Nada de alcoholizarte, eso está descartado, es demasiado patético hacerlo sola y a la larga terminaría empeorando tu estado emocional. Te conoces muy bien. ¿Qué te parece salir a dar la vuelta?, mezclarte anónimamente entre las masas de desconocidos, entre todo ese ejército que ignora que hoy cumples años. No importa que noten tu soledad, pues tú notarás también la de ellos y lo más probable es que no te los vuelvas a encontrar de nuevo –y si los vuelves a topar, lo más seguro es que ni siquiera recuerdes sus facciones y ellos desconozcan las tuyas–.
¡Al diablo con todos!, ¿qué importa que noten tu soledad? Pides un taxi. Sólo una retocada de maquillaje antes de salir. Aunque no lo aceptes, siempre estás ilusionada con que sorpresivamente conozcas a tu príncipe azul. No lo aceptas, porque la desilusión es peor cuando regresas con las manos vacías. Pero arreglas tu apariencia porque esa esperanza silenciosa por un encuentro milagroso persiste muy dentro de ti.
En el espejo observas tus magistrales trazos de maquillaje que, sin embargo, no pueden ocultar del todo la crudeza del presente. Nada puede evitar que notes que ya no eres la misma, que el tiempo realmente pasa con rapidez y se lleva la lozanía con él. ¡Mira esas marcas de expresión!, antes solían ser parte de un gesto efímero y encantador, ahora están decididas a permanecer en tu rostro como grietas en la roca.
¡Carajo!, lo que más te duele es que no eres fea, nunca lo has sido, y tu belleza tardará un buen tiempo en marchitarse completamente. Entonces, ¿por qué fregados no has encontrado al hombre correcto? Una de dos: o todos los hombres son realmente unos hijos de la mierda o tú tienes el peor tino que haya existido en la historia para encontrar pareja. Eso te recuerda la idea que planteaste una vez con ciertas amigas: “Eva fue la mujer más suertuda de todas las que han existido o fue la más resignada. Todo depende de cómo haya sido realmente Adán”. En fin, hora de salir, el taxi llama a tu puerta.
Extraño espectáculo el de la ciudad de noche. Ignoras completamente al conductor que pretende iniciar una plática contigo y prefieres mirar al exterior hundida en el silencio. Desde el auto observas problemas por todos lados, espacios vitales invadidos, olor a podredumbre. A pesar de todo seguimos aquí hacinados, y no sólo eso, sino que la mayoría tiene el descaro de reproducirse. Claro que aceptas que tú no te has reproducido, no porque te falten ganas. Recordar el asunto de la reproducción ensombrece aún más tu mente.
Ahora consideras que la vida es absurda, ¿qué razón hay de continuar con ella? ¡Hey!, mejor cállate, cambia tus ideas. No te vayas a deprimir como la otra vez. Recuerda esos días de melancolía constante, los medicamentos, el tratamiento, ¡un verdadero infierno! Todo por culpa de ese imbécil que te hizo construir grandes expectativas. Ese idiota que tras jurar amor se largó tras conseguir lo que buscaba. ¡Carajo!, de haber querido recordar tantas desdichas mejor te hubieras quedado en casa.
Bajas del taxi y piensas que sería bueno conocer, aunque sea por unos segundos, los más íntimos pensamientos de las demás personas. Saber qué piensa cada ser que deambula por esta importante avenida de comercios finos donde se venden productos de caras firmas internacionales y tan grandes como lujosos edificios habitacionales. ¡Qué curioso!, no todos los transeúntes están al nivel socioeconómico del rumbo. Por ejemplo, observa a ese limosnero que lleva en su mano izquierda un objeto dorado (de seguro el recipiente que utiliza para que la gente de buen corazón, o de gran culpa, deposite las limosnas). El hombre tiene una mirada tan perdida que parece realmente profunda, aunque descubres en ella algo más... Imposible que este pobre individuo pueda entrar en la tienda de la esquina y mucho menos tendrá la más ligera oportunidad de habitar en uno de los departamentos que hay por aquí. ¡Ja!, ni siquiera podría ser admitido como sirviente.
Ahora tienes la certeza de que él te mira y se aproxima a ti, ¿qué diablos querrá contigo este miserable? Lo único que te faltaba es ser importunada por un pordiosero, así que mejor desvías tu rumbo y por seguridad entras en el lobby del edificio más cercano. El guardia de la puerta te permite la entrada sin preguntarte nada, limitándose a saludarte cortésmente (tal y como lo aleccionaron en la compañía donde labora). Todo porque deduce, por tus ropas, que perteneces al círculo de gente que tiene derecho a darle órdenes, grupo del que automáticamente excluye al limosnero. Desde el lobby alcanzas a observar cómo el guardia deja de ser el sumiso portero, para convertirse en un déspota que utiliza todo el poder que tiene a la mano para humillar al pordiosero y ordenarle groseramente que se largue de allí. Decides esperar en ese sitio un tiempo razonable como para que el indigente se haya alejado.
Es curioso, pero no puedes olvidar la mirada del pordiosero, había en ella algo que iba más allá de la infelicidad (casi todos lo pobre son infelices, aunque, pensándolo bien, los ricos no se quedan muy atrás, sólo que éstos compran las posibilidades para disimularlo). ¿Quién sabe qué sería lo que te inquietaba de esa mirada?, pero no escapaste de los probables festejos de tu cumpleaños para divagar acerca de las diferencias económicas ni para descifrar las amarguras de un indigente. Ves que el portero abre la puerta servicialmente –quizás debieras decir ‘servilmente’– a una parejita de jóvenes pudientes. Él es muy apuesto, aunque en honor a la verdad debes aceptar que ella es muy hermosa. Te llaman la atención porque ambos parecen estar embriagados por algo mucho más banal y material que el amor, incluso te atreverías a apostar que vienen bastante drogados. A pesar de su estado químicamente alterado, se esfuerzan en mostrar al mundo su cariño mutuo. Hay algo de falso en esa efusividad casi violenta. La imagen te resulta insoportable y optas por largarte de allí. El mendigo ya debe estar lejos.
Das al guardia una sonrisa condescendiente que él te regresa deseándote buenas noches (aunque no dudas que bajo esa cortesía te odie por motivos meramente clasistas) y sales a la calle. Tu mirada es atraída hacia un costado de la gran puerta, donde descubres un objeto metálico. Es, sin duda, el artefacto que cargaba el pordiosero. Lo levantas y te sorprende descubrir que se trata de una lámpara como aquellas que aparecen en los cuentos infantiles. Una lámpara metálica, en cuyo interior se colocaba aceite para alumbrar la oscuridad en las mil y una noches. ¡Vaya regalo de cumpleaños!
Es en verdad curioso encontrar una de estas cosas hoy en día. ¿Y si…?, no, ¡qué pendejadas se te ocurren! Qué ridícula te verías frotando la lámpara en espera de un genio, ya eres una adulta para siquiera pensar en semejantes ridiculeces… Aunque, ¿quién sabe? Miras a tu alrededor y sigues viendo a gente pasar, cada quien clavado en sus propios pensamientos (¡ah, la típica frialdad urbana!). Nadie te está viendo, ni siquiera parecen enterarse que estás allí. ¡Frota la lámpara!, total, no pierdes nada. Aquí vas, una pequeña frotadita y…
¡Diablos!, todo lo que te rodea se detiene, como si hubieras puesto ‘pausa’ en una película. Todo está quieto, los pasos de los peatones se congelaron en el momento preciso en que frotaste la lámpara, incluso el humo del cigarro de aquella mujer forma una escultura en apariencia permanente. Quietud absoluta, todo permanece estático, excepto tú y ese humo violeta que sale de la lámpara que paulatinamente se transforma en un gigante de tres metros vestido a la vieja usanza oriental.
“No te sorprendas por mis atuendos”, te dice el gigante con una sonrisa sarcástica en el rostro, “pero los uso únicamente para dar el dramatismo cursi que se espera de esta situación. Ahora, supongo que imaginarás qué sigue. Por lo tanto me ahorraré las explicaciones y me concentraré en decirte que cuentas con un deseo, SÓLO UNO, el cual te será cumplido. Así que te recomiendo que lo formules CON SABIDURÍA”.
Tras sus palabras, el genio cruza sus musculosos brazos y dirige su mirada al cielo, como si con esta acción procurara no apresurarte en la toma de tu decisión. Curiosamente tú no estás muy sorprendida, es como si esto no fuera extraordinario, después de todo, cuando eras niña creías en ello. Miras hacia la gente estática, como buscando inspiración y las ideas comienzan a galopar en tu cerebro como desbocados obesos hambrientos en un festín.
Te preguntas qué puedes pedir. ¡Dinero!, supones que esa es la primera opción que se les ocurre a quienes enfrentan esta situación, o por lo menos eso cuenta la tradición. Pero no, no la riqueza, hace unos momentos pensaste que los ricos no son felices; además, ya tienes las cosas materiales que necesitas, y hasta te sobran. Debes pedir algo que… ¡concebir un hijo!, ¡eso es! Después de todo, es lo que más ansías. Sí, un pequeño… aunque, ¿de qué te serviría un niño sin que tú cuentes con un compañero que te ayude a criarlo? Entonces decides pedir un hombre al que puedas entregar tu vida, sin restricciones. Sientes que el genio te mira, y descubres que es así. Él parece adivinar tus pensamientos y con una sonrisa parece indicarte que te tomes tu tiempo, que la decisión no debe hacerse tan a la ligera, que esta oportunidad jamás se repetirá.
De súbito se te ocurre que hay algo aún mejor. Tu deseo será no envejecer, detener de una vez por todas ese fastidioso proceso de decadencia en tu cuerpo. Con ello consideras que lo obtendrás todo: encontrar por ti misma al hombre adecuado, sin importar lo que esto tarde y tener un hijo (o los que quieras) cuando se te pegue la gana. ¡Ese es un verdadero deseo para pedir a un genio!
Abres los labios emocionada y dices al genio: “Mi deseo es jamás envejecer”. Él como respuesta suelta una gran carcajada, cargada de dramatismo (sin duda lo que la tradición dicta en estas situaciones), y chasquea los dedos de su mano derecha, para desaparecer en el acto tras decir: “Concedido”. La calle recobra todo su movimiento como si nada hubiese pasado.
Esperas ansiosa algo, un destello, una gran explosión, algo espectacular que te indique el cumplimiento de tu deseo (el genio tenía razón con respecto al efectismo cursi al que estamos acostumbrados), pero no sucede nada fuera de lo normal. De repente escuchas gritos de terror y notas que la gente detiene su paso y todos miran hacia arriba de tu persona. Tú decides no voltear y cerrando los ojos esperas que una fuerza sobrenatural recorra tu cuerpo, algo así como una energía que impida que tu organismo envejezca. Lo único que obtienes es un fuerte golpe que de sopetón termina con todos tus signos vitales, y quiebra la mayoría de tus huesos. No más esperanzas de vida, este es tu adiós para con el mundo cruel.
***
El día siguiente fue jueves, y como tal, toda la gente continuó con su rutina en espera de que llegara el viernes. Claro que dentro de toda rutina deben existir situaciones que rompan con la monotonía, pues de no ser así, la humanidad realizaría tarde o temprano un suicidio colectivo y la Tierra tendría que esperar varios millones de años para que las cucarachas evolucionen y ocupen el sitio dejado vacante por los hombres. Ese jueves, la rutina fue alterada por una curiosa noticia acerca del fallido intento de suicidio de un apuesto joven pudiente, quien tras pelear brevemente con su prometida decidió saltar desde la ventana de su lujoso departamento.
Quién sabe si el joven hubiera intentado tal acción de haberse encontrado sobrio, pero el caso es que, tanto él como su novia, estaban bajo los efectos de ciertas drogas ‘duras’ mezcladas con alcohol. Pero esto no fue lo más curioso, sino que el joven resultó totalmente ileso tras su salto. Lamentablemente no se pudo decir lo mismo de la mujer que estaba en la acera, sobre la que él cayó y la cual murió en el acto. Ella era de mediana edad y su cuerpo amortiguó la caída del suicida. En la necropsia se descubrió que la mujer sacrificada se encontraba con tres semanas de embarazo.
Lo que siempre se preguntarán los testigos del suceso es por qué la víctima no se apartó del punto donde se hallaba, a pesar de que todos le gritaron que así lo hiciera y, en vez de correr, sólo cerró los ojos con una dulce sonrisa en el rostro.
***
En algún lugar de la ciudad, dentro de una vieja lámpara de latón, un genio sonríe satisfecho de haber cumplido tres deseos en uno solo, y descansa mientras espera que otra persona afortunada deje a un lado los prejuicios y se atreva a frotar la lámpara.