Ella aprendió de la manera más dolorosa (el método pedagógico más socorrido) que no es bueno soñar mientas se camina por aquí. Glorificada por los comentadores y crucificada por los críticos, se enteró que no se puede satisfacer simultáneamente al mundo entero. Se enteró que no es bueno liberar las ilusiones en voz alta y a los cuatro vientos. Comprobó que no es de sabios congelar los sentimientos. Comprendió de la manera difícil (lo cual en sí es cosa bien fácil y común) que en poco se puede creer mientras uno trata de vivir. Él supo que la solución al problema era precisamente no buscar sólo una solución; no buscar respuestas en los seres semejantes a él mismo. Se enteró que se puede ser paciente, pero que es casi imposible ser un santo. Vio que no hay fronteras bien definidas entre lo bueno y lo malo; descubrió que el mundo no es blanco ni es negro y que el conocimiento produce dolor. Hay demasiados tramposos que te invitan a jugar, para que al ser descubiertos te puedan echar la culpa. Muchas personas visten ropajes confeccionados con espesas cortinas negras para ocultar sus intenciones y sus peligrosas acciones. Hay quienes dicen que no todo es tan negativo, pero más de uno estará de acuervo conmigo (“nunca más, nunca más”). La dignidad ha desaparecido y a nadie le importa tragarse la dignidad. No todo está perdido aunque a la gente sólo le interese lo suyo. Toda revolución termina convertida en rutina, teñida de mayores diferencias y de peores injusticias que aquellas contra las cuales luchó en sus orígenes. Los líderes sólo buscan el aprecio de su eco elocuente, encandilar con su ego reluciente y por eso se dedican a convencer a los demás. Puedes ir en contra de todo eso o puedes aceptarlo, lo más probable es que no intentarás cambiarlo.
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