domingo, 1 de marzo de 2009

Zoo rutinario

Allí estaba el hambriento de afecto, mendigando cariño en la mesa de los insatisfechos involuntarios. Se efectuaban demasiadas acciones, pero ninguna se hacía con la intención de que tuviera sentido. La princesa de chocolate amargo, por ejemplo, se sentía toda una anciana y apenas tenía 22 años de edad. Por otro lado, la Indecisa profesional no sabía ni lo que quería ni lo que no quería, no sabía siquiera si quería algo en absoluto. “Dame un mundo aparentemente satisfecho y te mostraré miles de almas torturadas”, era el mensaje de la galletita de la mala suerte que se suponía que tenía que ser tan inútil para nosotros como la estrella más lejana. El hambriento de afecto se puso de pie y optó por esperar afuera, de pie junto a la puerta alfombrada, con el fin de ver si su destino cambiaba con la marea de los pensamientos múltiples. El Mentiroso compulsivo ahora estaba molesto consigo mismo, pues se había creído todas las mentiras, incluyendo las suyas. El corazón de la Anciana ansiosa (quien no tenía nexo alguno con la Princesa de chocolate) estaba tan seco como la boca del Tímido perpetuo, y sin embargo aún tenía un raspón de esperanza. Sandra la salamandra tiraba de nuevo los dados en el centro del incendio para encontrar otra respuesta, pero ya era demasiado tarde, ella carecía de honor, de dinero y también de afecto (jamás se enteró de que los dados no dicen nada más que los resultados de un juego que no se relaciona de ninguna manera con la vida). El hambriento de afecto soportó estoico la tormenta, de pie junto a la puerta alfombrada. La perpetuamente decaída Lucía depresiones bebía y compraba para olvidar su situación mientras que Adonis anabólico hacía ejercicios y fortalecía su meta de encontrar una compañía tan perfecta como su espejo. El Contador metódico tachonaba con rabia la palabra “rutina” cada que la veía impresa y golpeaba la boca de quien se atrevía a pronunciarla, llevaba 27 años haciendo lo mismo. Juana sagrada leía las mismas tres páginas de su Biblia, creyendo comprenderlo todo, pero sin querer ir más allá (pobre Juana, ni cuenta se dio cuando un Lázaro resucitado se pasó de vivo con ella). Romeo y Julieta de plástico se besaban insensiblemente, en tanto que Laura desesperación escuchaba los mensajes de su correo de voz para ver qué tan efectivo resultaba el anuncio que puso en el periódico (“Dama decente desea ser deseada. Seriedad absoluta”). El agua tenía el mismo sabor que el tiempo perdido. Fue entonces que al no ver cambio alguno el Hambriento de afecto perdió su paciencia y se alejó de la mísera puerta. “Quizás aún no sea demasiado tarde para mí”. El día siguiente fue casi lo mismo.

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